EL AGUA EN LA CIUDAD

Las fuentes y el abastecimiento de agua

Hace más de diez años la Empresa Municipal de Aguas, EMASA, emprendió la tarea de reunir en un libro un catálogo ilustrado de las fuentes existentes en los espacios públicos de la ciudad. Este esfuerzo se renovó en el año 2007 con una nueva edición del libro «Fuentes de Málaga» más completa que ampliaba en una treintena el número de surtidores recogidos.

Desde entonces bastantes de esas fuentes han sido modificadas, restauradas o mejoradas, y otras nuevas han entrado en servicio, lo que pone en evidencia la vitalidad de estos elementos imprescindibles en cualquier espacio urbano de confluencia, de convivencia o de recreo. La ciudad crece, y con ella el número de fuentes y estanques de que pueden disfrutar los malagueños, y la necesidad de un nuevo formato para presentar y hacer accesible este catálogo que supera ya las ochenta referencias.

En este catálogo quedan recogidas tanto las fuentes que tienen un destacado carácter monumental e histórico como aquellas otras que, sin esa impronta de prestigio, exornan humilde y dignamente las calles, las glorietas y los parques de los barrios más alejados del centro.

De esta forma EMASA compatibiliza su vocación primordial de prestar servicio a la ciudad y a los ciudadanos en la gestión del abastecimiento de agua con la labor de difusión de los valores culturales vinculados a tan esencial elemento.

EMASA, que tiene bajo su responsabilidad uno de los servicios públicos más esenciales y que mantiene un profundo compromiso en todo lo que se refiere a la conservación del Medio Ambiente, asume igualmente su función como depositaria del valor cultural del agua en nuestra ciudad.

Cada fuente representa una excusa para profundizar en el conocimiento de la Historia, del Patrimonio Cultural y del Urbanismo de Málaga. Su ubicación, a veces cambiante, sus características y su trayectoria nos informan de muchos aspectos poco conocidos del pasado remoto y cercano de nuestra ciudad, al mismo tiempo que constituyen elementos que aportan optimismo y serenidad en la agitada vida urbana.

«Fuentes de Málaga» sigue siendo una obra abierta e inacabada. Precisamente este carácter de libro abierto, en permanente elaboración, se corresponde con la realidad de las fuentes públicas, piezas destacadas del mobiliario urbano de cualquier ciudad. Y como mobiliario que son, se mueven, se trasladan y se reubican, según van evolucionando los tiempos y van surgiendo nuevas necesidades urbanísticas, como un reflejo de la propia evolución de la ciudad.

Ahora EMASA pone en la web una nueva versión de los contenidos de esas publicaciones, introduciendo las modificaciones motivadas por la desaparición, reforma y creación de las fuentes distribuidas por la ciudad. El formato adoptado permite aproximar a los ciudadanos la historia y la descripción de las fuentes urbanas y, además, aporta una mayor flexibilidad para ir actualizando los cambios que va experimentando el catálogo de las fontanas malagueñas.

Las fuentes y el abastecimiento de agua

Como en cualquier otro asentamiento urbano, la fundación de Málaga estuvo condicionada por la proximidad de cursos o manantiales de agua que asegurasen un abastecimiento regular de sus habitantes. El emplazamiento elegido por los mercaderes fenicios, allá por los siglos VIII-VII a.C., en las faldas de la colina de la Alcazaba, aprovechaba la ensenada natural como abrigo del puerto comercial y la cercanía de la desembocadura del río Guadalmedina.

Dos factores condicionaban la disponibilidad de recursos hídricos de la nueva población. Por un lado, la existencia de un amplio manto freático, retenido por un sustrato impermeable, que desde la zona más alta, en Olletas, prácticamente atraviesa de norte a sur toda la ciudad, entendiendo como tal el casco histórico. El alto nivel de las aguas subterráneas permite el aprovechamiento de las mismas mediante pozos, al mismo tiempo que dificulta la realización de cimientos, sótanos o silos excavados. Por otra parte, la configuración topográfica de un anfiteatro de montes surcados por numerosos arroyos y escorrentías, facilita la aparición de veneros y aguadas de caudal modesto pero suficiente para las necesidades de una población como la Málaga de los primeros siglos. Estos montes presentan en general unas pendientes muy fuertes y materiales poco permeables, pero es muy posible que en aquellos tiempos contaran con una densa cubierta vegetal que facilitara la retención de las aguas de lluvia y la formación de arroyuelos más o menos permanentes. A estos dos factores habría que añadir un tercero, muy evidente, como es la presencia del propio río Guadalmedina, cuyas aguas corrían de forma más o menos estable en la Antigüedad.

La Malaca romana debió abastecerse en los siglos siguientes de los pozos, de las aguas del río y de la recogida del agua de lluvia mediante cisternas y aljibes. La ciudad islámica, a partir de los siglos IX-X, comenzó una nueva etapa de crecimiento demográfico, económico y urbano, atestiguada por testimonios como el del geógrafo al-Idrisi, que describía en el siglo XII la ciudad con estas palabras:

«La ciudad de Málaga es una ciudad bella, próspera, muy poblada, de extenso perímetro, espléndida, completa y magnífica. Sus mercados son florecientes, sus comercios, fluidos y sus recursos, muchos. (…) tiene dos grandes arrabales, uno, el de Funtanalla y, el otro, el de al-Tabbanin. Sus habitantes beben agua de pozos; este agua se halla casi a flor de tierra, abundante y dulce. Hay también un río que sólo discurre durante el invierno y la primavera pues no es de curso permanente».

El testimonio de al-Idrisi, confirmado posteriormente por otros autores medievales, nos ilustra acerca de las fuentes de abastecimiento de agua durante la prolongada etapa islámica de la ciudad. Descartada la existencia de acueductos o conducciones que surtiesen a la población desde los manantiales de la Sierra de Mijas, o desde aguas arriba del Guadalmedina, se puede afirmar que el abastecimiento se realizaba a través de un amplio número de pozos públicos y particulares que aprovechaban las corrientes subterráneas. Algunas casas incluso contaban con una noria y una alberca en el jardín, como queda recogido en los Repartimientos que hicieron los cristianos.

Los sondeos arqueológicos confirman que el acceso al agua se hacía de forma particular y directa desde cada propiedad, mediante pozos domésticos abiertos en los patios. Este sistema de abastecimiento era frecuente en las ciudades andaluzas y levantinas en la época medieval, y debió funcionar de manera óptima cuando no se constata la existencia de aljibes públicos ni de una red hidráulica complementaria. El uso intensivo de las aguas subterráneas queda en evidencia en algunas casas que contaban con tres y hasta cuatro pozos, como fue documentado en las excavaciones de la plaza de la Marina.

La red de pozos siguió cubriendo las necesidades domésticas de los habitantes de Málaga tras la conquista castellana de 1487. En los Repartimientos quedaron registrados muchos de estos pozos, generalmente ubicados en los patios y huertos de las casas. Algunas veces estaban situados en las calles y plazuelas, para uso común del vecindario de los alrededores, o en el interior de edificios públicos. Eran los casos de la «calle del pozo en el Arrabal de Puerta Granada» o de la «plaza del Pozo» (en la actual calle San Telmo), citados de esta forma en el libro de Repartimientos. Mención aparte merece la calle Pozos Dulces, que ya recibe este nombre entonces.

Además de los pozos, en las puertas de entrada y salida de la ciudad existían fuentes o pilares que servían para saciar la sed de los viajeros, abastecer a los vecinos y de abrevadero para el ganado. A principios del siglo XVI la red pública se limitaba a unas pocas fuentes repartidas por la ciudad: Puerta del Mar, Mártires, Puerta Nueva, plaza de la Alcazaba, Cárcel y alguna más, como la del pozo que estaba frente al Hospital de Santa Ana, que ha dado nombre a la actual calle Pozo del Rey.

La construcción de una conducción que traía agua a la ciudad, culminada a mediados del siglo XVI, permitió crear una red subterránea de distribución urbana que conducía el agua hasta los puntos de suministro, es decir, las fuentes públicas. En el trayecto de esta red se fueron haciendo numerosas tomas para las instituciones públicas, los edificios religiosos y las mansiones de los miembros de la elite local. Hacia 1560 existían fuentes o pilares en la Puerta de Buenaventura (donde había dos, uno dentro y otro fuera), la Puerta Nueva, plaza de la Alcazaba, Catedral, Atarazanas, Cárcel, Puerta de Granada, entrada de la calle Beatas, en la rivera del mar, la Plaza Mayor y en la Calzada de la Trinidad.

El siguiente gran hito en el sistema de abastecimiento malagueño fue la gran obra impulsada a finales del siglo XVIII por el obispo Molina Lario: el Acueducto de San Telmo. En el verano de 1785 las obras de la conducción de agua potable llegaron a su fin. Los comisionados propusieron al Municipio que el agua de los manantiales del Almendral y la Culebra, que llegaba hasta el arca de la plaza de Montaño, se destinase a surtir las fuentes de Carretería y Puerta Nueva y todas las particulares de la ciudad, mientras que la cañería de Molina Lario se encargaría de alimentar las restantes fuentes públicas y las dos nuevas que se iban a instalar en la Alameda y en el puerto. Para ello fue necesario conectar la conducción del acueducto con la ya existente, para que el agua llegase a las arcas y las fuentes públicas: plaza de la Merced, Palacio Episcopal, plaza del Obispo, Catedral, Alcazaba, Puerta de la Caba (aproximadamente a los pies de La Coracha), Plaza Mayor, Puerta del Mar, explanada del embarcadero y aguada del puerto.

Algunas de estas fuentes ya existían previamente, dotadas de agua de la Trinidad, pero entonces pasaron a recibir la del acueducto. Es el caso, por ejemplo, de la plaza del Obispo, cuya fuente había sido construida en 1761. Asimismo, a raíz de la puesta en servicio de la conducción desde el Guadalmedina se instalaron nuevas fuentes públicas, como la de calle Los Cristos, y otras muchas privadas. Estas últimas, de las que se conservan varios ejemplos en las calles Álamos, Beatas, Mariblanca, Carretería y otras, responden a una misma tipología: pilar adosado a la pared y frontis con mascarón del que mana el agua, que se caracteriza por aunar sencillez, belleza y funcionalidad. La abundancia de agua permitió ampliar la red de suministro a zonas de la ciudad que no contaban previamente con puntos de distribución, como el barrio del Mundo Nuevo, las Lagunillas y Olletas.

Vicente Martínez y Montes ofrecía una relación de las fuentes públicas que estaban en servicio en 1852. Los manantiales del Almendral del Rey y la Culebra abastecían tres fuentes públicas (una junto al convento de la Trinidad, otra en la calle Carretería -a la altura de la Puerta de Buenaventura- y una tercera en el Cañuelo de San Bernardo) y más de cien domiciliarias, entre ellas las de varios conventos, edificios oficiales y la del pasaje de Heredia (donde antes había estado la cárcel). Por su parte, la conducción de San Telmo repartía agua a un total de 21 fuentes vecinales, además de otras ubicadas en el interior de algunos inmuebles públicos: dos en los Molinos, otra en el camino de Casabermeja, Olletas, plaza de la Victoria, calle Victoria, plaza de la Merced (junto al convento de la Paz), plaza de Santa María, Puerta de Granada, plaza de la Alcazaba, plaza del Obispo, explanada del embarcadero y aguada del puerto, plazuela de los Moros, dos en la Alameda, plaza de la Constitución, pasillo de Santo Domingo (que antes estaba en Puerta del Mar), calle Los Cristos, calle La Peña, plaza de Capuchinos y Carrera de Capuchinos.

En 1876 se produjo la inauguración de la nueva traída de agua desde los manantiales de Torremolinos. Al igual que había sucedido a finales del siglo XVIII con el Acueducto de San Telmo, la puesta en servicio de la nueva conducción de abastecimiento originó una sensación de abundancia de agua. El Ayuntamiento encargó al ingeniero José María de Sancha la elaboración de un plan general de distribución de fuentes públicas, aprobado en junio de 1878, que aumentaba las que ya existían hasta un total de 39 (además de siete abrevaderos para el ganado), reubicando algunas y colocando otras nuevas. La empresa concesionaria del servicio tenía la obligación de colocar diez fuentes abastecidas con las aguas de Torremolinos en los puntos que les señalara el Ayuntamiento. Estos fueron: la plaza de la Merced (dos, una junto a la calle Victoria y otra frente a la calle Álamos), Llano del Mariscal, plaza de Mamely, Hoyo de Esparteros, El Bulto, plaza de la Aurora María, pasaje de Gordon, La Malagueta y pasillo de Santo Domingo.

Algunos años después, en 1886, el número de fuentes públicas en el casco urbano se elevaba ya a 58, incluyendo las existentes en barrios como El Perchel, Huelin, El Bulto, Trinidad, Pedregalejo, El Palo y La Malagueta. Según Davó, doce de ellas eran incluidas en el grupo de fuentes monumentales o de recreo. Éstas eran las situadas en la plaza de la Constitución (de las Tres Gracias), Alameda (de Génova), alameda de los Tristes, plaza de San Francisco, plaza de Capuchinos, Cementerio, plaza de Uncibay, Alameda (saltador junto al puente de Tetuán), plaza de San Pablo, jardín de Alfonso XII, jardín a espaldas de la Aduana y plaza de la Victoria.

Esta red de distribución urbana se mantuvo con pocos cambios en las primeras décadas del siglo XX, cuando las mejoras en el servicio de abastecimiento permitieron que la población pudiera tener agua en su propio domicilio y que las fuentes públicas perdieran su función inicial de proporcionar el esencial líquido a los vecinos.

Las fuentes como elementos urbanísticos ornamentales

El concepto de fuente ornamental es relativamente moderno, si bien es cierto que fuentes bellísimas como la de Génova ya estaban colocadas en el centro de la ciudad en el siglo XVI, en su lugar más emblemático, la Plaza de las Cuatro Calles, hoy de la Constitución, según podemos apreciar en el dibujo de Anton van der Wyngaerde de 1564. Era por aquel entonces una fuente que suministraba agua a la población a la vez que ennoblecía el lugar.

No es hasta que se culmina la traída de las Aguas de Torremolinos a Málaga, en el último cuarto del siglo XIX, que soluciona la permanente falta de agua de la población y sus muy precarios sistemas de suministro como eran los pozos, tanta veces contaminados, cuando se puede prever que una parte de ese caudal tenga un uso exclusivamente ornamental.

El acto inaugural de la llegada de las aguas estuvo presidido por una gran fuente que se construyó con carácter provisional en lo que hoy es la Explanada de la Estación, frente al Asilo de las Hermanitas de los Pobres.

El ingeniero José María de Sancha en el informe que realiza el 3 de diciembre de 1873, dedica un apartado de su exhaustivo y pormenorizado estudio a las necesidades de agua de la población, cuando en aquella época, no tan lejana, se consideraba que el máximo disponible por habitante y día era de 10 litros diarios (tras hacer un estudio comparativo con otras ciudades de Europa), muy alejado del gasto actual de nuestra ciudad que se cifra en torno a 280 litros al día. Incluye el ingeniero un apartado de Fuentes Monumentales diciendo que «no hay ninguna en ese momento en Málaga a la que pueda aplicarse con propiedad ese nombre». Respecto a la cantidad de agua que habría que tener en cuenta para su gasto da como ejemplos las grandes diferencias existentes según el tipo de fuente que se quiera construir. Así dice que las de la Plaza de la Concordia en París consumen 25 litros por segundo, es decir 5.000 metros cúbicos al día, mientras que las de la Plaza de San Jorge solo gastan 6 metros cúbicos.

Toma como ejemplo los 2.000 metros cúbicos de que disponía Madrid para fuentes ornamentales, dudando que esto sea posible por considerarlo excesivamente espléndido en «este negocio del agua», y se pregunta en la hipótesis de que el Ayuntamiento dispusiera del caudal para tal fin dónde y como los podrá utilizar. Concluye que si alguna vez se construyen en Málaga monumentos de esta especie entonces será el momento de calcular las necesidades, tanto de cantidad de agua como el modo de conseguirla. Advierte del enorme gasto que supondría para el Ayuntamiento el construir, poner en servicio y conservar una fuente monumental.

Algo más tarde, en 1878, en el Plan de Instalación de Fuentes publicado en el Boletín Municipal se introducen varios tipos de fuentes y las unidades que hay de ellas: 29 vecinales, 7 abrevaderos, y 9 de ornato, y respecto a los tipos de las ornamentales menciona la de Trigueros, actual grande de hierro, pequeña de hierro y especial de Sancha que se va a instalar en Capuchinos.

El 3 de Octubre de ese mismo año de 1878 tenemos la primera referencia a la Fuente de las Tres Gracias, la primera instalada con fines puramente ornamentales y que se va a colocar en el lugar más emblemático de la Ciudad, en la Plaza de la Constitución, donde estuvo la de Génova, que sería colocada primero en el extremo oriental de la Alameda, donde ya estaba en 1806, luego en el occidental y posteriormente en la glorieta del Parque junto al Estanque de los Cisnes, donde permaneció hasta que en el año 2002 volvió a su emplazamiento original en la Plaza de la Constitución. Por esta referencia sabemos que la fuente de hierro es de la fundición de A. Durenne de Sommevoire, Francia, y que costó 20.000 francos de la época. Un informe posterior, de febrero del año siguiente, indicaba que su colocación conllevó la remodelación de la Plaza con un presupuesto de 59.250 pesetas.

En la Plaza estuvo colocada hasta 1902, año en que fue trasladada a lo que hoy es la Acera de la Marina, frente al Puerto, y posteriormente a su actual emplazamiento en la Plaza del General Torrijos en el otro extremo del Parque.

En la Plaza de la Constitución hubo desde 1902 una gran farola central, conocida popularmente como «El Sonajero», hasta que en 1960 se inauguró la Fuente de las Gitanillas recolocada en el año 2003 en la Prolongación de la Alameda –hoy retirada a causa de las obras del Metro-.

Como vemos el trajín de las fuentes en nuestra ciudad ha sido constante, no solo en las más monumentales sino también en otras que inicialmente fueron de suministro y que con la evolución de la ciudad dejaron de tener su función primordial para ser ornamentales, ya en emplazamientos distintos. Pueden servir de ejemplo y sólo por mencionar algunas, la de la Glorieta de Narciso Díaz de Escovar, las Ninfas del Cántaro y de la Caracola y las de la Olla así como numerosos pilones de pared pertenecientes a patios de palacios, casas y conventos, ya que estos elementos tan necesarios han sido tratados a lo largo del tiempo con gran cuidado por el deseo de aportar algo bello a lo útil, tan inherente al ser humano.

Podemos considerar a las fuentes como vehículo de conocimiento en base a su diseño y ornamentación, como un aporte cultural al devenir más cotidiano de la ciudad. En muchos ciudades, y también en Málaga, es la mitología clásica la fuente de inspiración de su decoración (dioses como Pomona o Tritón, Ninfas, Sirenas, escenas como el Baño de Diana) o figuras simbólicas como los dones del agua a través de los ríos en la de las Tres Gracias o la Mujer Malagueña en la de las Gitanillas. Pero no sólo la decoración aporta cultura ya que el agua tiene unas enormes posibilidades escenográficas y plásticas que se explotan acertadamente en las fuentes más sencillas, cuyo único elemento es el juego del agua, en muchos casos potenciado con la luz.

Por medio de las fuentes y de los juegos de agua se puede estructurar un gran espacio, geometrizándolo, ordenándolo, centrándolo o dulcificándolo, haciéndolo más vivo y más habitable. En nuestra ciudad el agua presente en las plazas y jardines asimila componentes muy variados: herencia de la antigua Roma, tradición árabe, corrientes renacentistas, gusto decimonónico y el urbanismo de los siglos XX y XXI.

La fuente es reflejo de la ciudad a la vez que el lugar en el que la ciudad se refleja. Una pequeña fuente pude ser el corazón de un entorno, dándole intimismo a un espacio público. El rumor del agua parece que suena para cada uno de nosotros de modo personal. Una cualidad que tiene la caída del agua es la sensación que experimentamos hacia aquello que no es duradero, que cuando lo interiorizamos ya ha pasado, y aunque cae de nuevo cambia el instante en que lo hemos percibido.

Una fuente en una ciudad es punto de encuentro e invita a realizar una parada en la ajetreada vida urbana, en definitiva, marca los ejes y los puntos de descanso en el fluir de los ciudadanos.